Operación Albornoz (fin)


Metido en la cama, el ocupante de la habitación 133 no puede conciliar el sueño. Se incorpora un poco y mira la pantallita del reloj digital que, bajo la presión de su dedo, marca casi la una de la madrugada. Teme dormirse para el desayuno y comprueba que ha conectado la alarma. Piensa que nunca antes se había preocupado así por estar con una tía. Nunca antes se había currado tanto una cita.


Enciende un pitillo y se dice a sí mismo que, al fin y al cabo, es sólo un polvo más y se sonríe pensando que ahora nada más faltaría que se durmiera o, peor aún, que lo llamaran para alguna misión de esas que prepara el Ministerio de Defensa. Además, si es Lana quien llama a filas, nadie puede faltar.

-Es casi la una de la mañana. Falta mucho para que se haga de día. ¿Y si me duermo y no oigo cuando llame a mi puerta? – Todo eso se dice Lantanique metiéndose en su cama. Pero la desazón no la deja conciliar el sueño y acaba por levantarse.  Da vueltas por la habitación, esperando una llamada sorpresa “… me muero por estar contigo al natural, saber quien eres tú, saber por dónde vas….”
Va en busca del albornoz, que hace frío para estar en ropa interior.


El tipo de la 133 se ha acomodado en un sillón frente a la tele para ver algo  entretenido o adormecedor. Tras ir saltando de cadenas,  la pantalla de plasma le muestra imágenes de un culebrón nipón con una escena erótica en un ascensor que le parece más sugerente que no las imágenes insinuantes de cuerpos voluptuosos, pensadas al parecer para sordomudos porque no dicen ni mu.




Casi a la una de la mañana llega el exjefe de Lantanique a su casa.  El suelo del asfalto estaba húmedo pero aún así ha pisado a fondo el acelerador,  fijos los ojos en un punto lejano…  en la mirada perdida de Lantanique.




A Lantanique le recorre un escalofrío y se ata el albornoz

Acurrucada en el sofá se dedica a revisar el buzón de entrada de su móvil. Hay varios mp’s que le avisan de los últimos recortes en su sueldo. Definitivamente tendrá que pasar por el despacho de su jefe para que le aclare esta situación. Tanta reducción le parece injusta.


Pero más injusta le ha parecido a su jefe actual la actitud indiferente que ella ha tenido, sin ni siquiera mirarlo. Tirado en su cama, todavía un tanto mareado, ha decidido vengarse. Sabe bien cómo conseguir que ella vuelva a colocarle en su centro de atención. Y mientras elucubra en su cabeza cómo hacerla volver a él nota que su corazón ha quedado un poco arrugado. Seguro que  Lantanique se lo podría planchar, si ella quisiese, como durante aquellos días



-¿Estás? 


El zumbido del localizador le ha dado un sobresalto, ensimismado como estaba deleitando la mirada y  los sentidos en aquellos  culitos respingones


-Claro que estoy y despierto pero aún no he ido a buscar el desayuno –le responde él.


Parece que Lantanique tarda en volver a contestar. - ¿Estás? – es ahora él quien pregunta,  impaciente por una respuesta.


-Sí estoy. Estoy a punto de ir a tu habitación ¿me abrirás  o querrás dejarlo para más tarde?


Leer eso y darle un vuelco el corazón son todo uno. Hostia...  Corre al baño… se mira al espejo… se enjuaga la boca… se cambia de slips… se echa desodorante y luego colonia… se mira de nuevo… y se encuentra penoso haciendo todas esas tonterías. Se pone el albornoz;  es cuestión de ir vestido pero tampoco de ir mostrando paquete así, de entrada.




Abrir la puerta y verla en el umbral con albornoz y zapatos de tacón le hace soltar una carcajada que ahoga al instante al ver que él va en zapatillas y con los calcetines puestos. No es un recibimiento muy sexy pero… es que soy friolero – se justifica.


Ella sonríe y entra en la habitación. –Son más de las dos de la madrugada…¿te parece muy temprano para desayunar?


Nuestro tipo se queda vacilante buscando algo original como respuesta. –Sólo tengo los bombones, la caja está aún sin abrir, esperándote.


Con la caja entre sus manos, Lantanique se sienta en la cama, apoyando la espalda en la almohada y las piernas cruzadas, de tal forma que deja entrever por la abertura del albornoz su ropa interior de transparencias moradas.  Mirándola, mientras ella saborea uno de esos bombones, se arrodilla frente a ella, le coge  la mano y le chupa uno de los dedos para retirar restos de chocolate que le han quedado pegados. Lantanique escoge otro de los bombones de la caja. Éste viene envuelto en un papel de celofán y ella lo deslía con sus dientes para luego metérselo a él en la boca. Él, sin dejar de mirarla, lo muerde y nota como estalla entre sus dientes el líquido del relleno del bombón, inundando toda su boca.  Es una sensación tan inesperada que no puede evitar sonreír dejando que una parte de ese líquido se le escape por la comisura de los labios.


Ella aproxima su cuerpo al mío, apartando la caja de bombones que caen desparramados por el suelo y noto su aliento dulce junto a mi boca mientras sus manos se abren paso por dentro de mi albornoz.  Las manos ascienden hasta mis hombros para quitármelo y sus labios recogen gotitas pegajosas del licor que ha quedado en los míos con pequeños besos a los que yo respondo con la misma avidez con la que ella los deposita.


Cierro lo ojos para concentrar mis sentidos en este cálido momento. Mi sexo empieza a recibir los estímulos que provocan la lengua y las manos de Lantanique. Mis dedos también responden a esos estímulos y se introducen por entre su ropa, deseosos de tocar más allá de unos encajes. Con prisa la despojan de todo lo que estorba para poderse introducir entre los resquicios de su cuerpo.  


La echo hacia atrás y ella se deja caer sobre la almohada. Mis manos entonces se pelean con mi lengua para recorrer su cuerpo. Mi boca gana ventaja y desciende por su cuello para detenerse en uno sus pezones, donde mi lengua se dedica a dibujar círculos y mis dientes se atreven a morderlo suavemente, mientras ella acaricia mi cabello y emite un leve gemido de placer.  Al mismo tiempo, con una de mis manos acaricio la pierna que rodea mi cintura, apretando su nalga. La aúpo y la coloco sobre mi hombro, para descender hacia su sexo que, húmedo, está esperando el contacto cálido de mi lengua. Su sabor salado se mezcla con el dulzor lejano del bombón y no puedo parar de lamerlo, besarlo y gemir al mismo tiempo. Unos minutos después me hace colocarme a su altura y así notar el roce de mi miembro que está a punto de reventar. De golpe se gira sobre mí y, mientras la beso cogiéndole la cara para que no se me escape, me cubre con su cuerpo que serpentea encima del  mío moviéndose a un ritmo que yo ya no controlo. 


No me deja que la acaricie. Me sujeta los  brazos. Alzo mi cabeza para besarla pero es ella la que decide cuándo y cómo, no yo.  A ratos aminora los movimientos, sin dejar todavía que la penetre. Eso me vuelve loco, de tal forma que no puedo seguir así y me coloco yo encima. Sus piernas se abrazan a mis caderas y mientras le susurro al oído que no deje de moverse, con mi lengua le beso el cuello y la zona del lóbulo. Me voy encajando y entrando muy suavemente. Noto su respiración en mi oído y sus manos presionando en mis nalgas, aumentando la presión de sus dedos a medida que aumenta la presión de mi empuje. Nuestros movimientos cambian rítmicamente, más lentos o más rápidos según nos conviene, hasta llegar a un punto en que se pierde el control y sólo notamos un temblor simultáneo. Sus dientes muerden mi hombro pero no siento dolor, sólo siento un agradable desfallecimiento y la beso contento, apartando sus mechones de cabello húmedos de su cara para mirarla una vez más.


Al otro lado de la eciudad, en un cuarto de enfermeros del hospital, nuestro eceloso empieza su guardia nocturna. El devaneo en el ascensor le ha despertado sus instintos y no puede evitar darse a la lujuria de un contacto netsex con resultados prometedores.








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