Operación Albornoz (3)


Transportar una pecera en un taxi es delicado. Conseguir que alguien acepte entregar ese objeto con habitantes dentro resulta prácticamente imposible. Pero esa no es una pecera cualquiera  y,  siendo quien es su dueña, nuestro taxista no ha puesto pegas al eciudadano que se lo ha pedido.

Lantanique se la dejó olvidada cuando se marchó de la casa, abandonándolo a él y a esos elementos flotando allí dentro. Si por él hubiera sido, los habría lanzado a la taza del  inodoro pero esa acción sólo demostraría su rabia y él sólo quiere mostrar indiferencia, aunque es una indiferencia aparente porque ella no es como las otras chicas que ha conocido.


Aguantando la pecera con sumo cuidado, le indica el trayecto al taxista y cuando llegan frente al ehotel le da las instrucciones de entrega. 


Nuestro taxista pide al tipo de recepción que le indique la habitación de Lantanique. El tipo no parece demasiado interesado en colaborar y le hace esperar mientras llama al Gerente, quien  ya empieza a estar cansado de tanto misterio. 


Lantanique oye golpecitos en la puerta. ¿Por qué en los momentos más exquisitos suena un timbre o un teléfono? De pronto reacciona y piensa en el tipo de la 133. 


Sale de la bañera casi de un salto, se coloca el albornoz (que por cierto le va enorme) y corre a abrir la puerta no sin perder un tanto el equilibrio por el líquido jabonoso que se desliza por sus piernas.


Ver frente a ella al pulpo taxista le deja una mueca extraña en su cara: ¿Es él el de la 133? Pero verlo con su pecera le paraliza el habla ¿Qué hace con eso allí?


Nuestro amigo taxista traspasa el umbral, deja la pecera para darle un fuerte abrazo y sonríe con satisfacción por verla de nuevo. Querría aprovechar y quedarse pero recuerda que tiene que volver al taxi, recuerda que tiene que entregar un mensaje y se lo transmite con el mismo sentimiento que si fuera suyo propio.


Al entender que es el zoquete quien le devuelve su pecera una sombra de tristeza se le refleja en la mirada y casi se le escapa una lágrima, pero se reprime. 


Tapándose la boca con la manga del albornoz para ahogar un sollozo, recupera la voz y con una sonrisa un poco forzada le da un beso a nuestro taxista y lo despide diciéndole:
 - Gracias por traérmela. Te adoro. Eres un sol.


El tipo que ocupa la habitación de enfrente ha estado pendiente de todos los movimientos que se han llevado a cabo en ese rato, observando y esperando.


Ha sido una suerte que un compañero del hospital, justamente hoy,  accediera a cambiarle el turno; pero más suerte todavía que la habitación fuera justo esa. Apoyado contra la puerta recapacita qué paso dar ahora. Los ecelos le corroen. Él  sólo quiere saber con quién se va a encontrar ella allí. Deduce que no es el tipo que se acaba de ir porque se ha marchado muy pronto. Y mientras hace estas deducciones observa el bol de frutas que tiene sobre su mesa. No puede evitar imaginarla, con ese albornoz, comiendo uno de los plátanos que allí están colocados. Una sensación de sofoco le invade y se mete en el baño.




Lantanique está casi vestida cuando vuelven a llamar a su puerta.  Con la cremallera del vestido a medio subir y un zapato en la mano va a abrir a quien sea que llama con tanta insistencia. Un tipo con traje estilo vendedor de El Corte Inglés se mete en la habitación cerrando tras de sí. Lantanique aferra el zapato que lleva en la mano y sopesa la finura del tacón como posible arma arrojadiza. El tipo le enseña una placa del CNI. Entonces se relaja y, apoyada en el reposabrazos del sofá, se calza el zapato.  


Es obvio que viene a ofrecerle protección a cambio de su entrada en el Partido. No es la primera vez que lo intenta, para él Lantanique sería una espía ideal. Pero Lantanique es tozuda y no se deja convencer fácilmente. Le pide que le acabe de subir la cremallera del vestido y, para sacárselo de encima, le dice que se lo pensará (aunque no sabe muy bien de qué tipo de peligro quiere protegerla). 




Se hace el remolón y para disimular la ayuda a ponerse un collar. Mientras se lo abrocha acerca su cara al cuello de Lantanique, inhalando el perfume exótico que despide su piel. Con voz cálida le pregunta si quiere compartir la cena en su habitación. Lantanique se vuelve y mirándolo a los ojos le agradece el detalle pero lo rechaza, no le gusta cenar en habitaciones de hotel.


Antes de bajar al restaurante pasa por delante de la habitación 133. Acerca su oído a la puerta y no oye nada. Toca tímidamente con los nudillos varias veces pero la puerta no se abre.


Ya en el restaurante, el camarero le informa que un caballero la espera para cenar en el reservado. Le dan ganas de soltar una carcajada ante tanta formalidad pero la emoción del encuentro con el tipo que ( ahora está segura)  es el de la 133, le presiona el estómago.


El tipo de la 133 decide volver a su habitación. Ella no acude a la cita. El localizador sólo ha sonado una vez para recordarle que se celebraba la eboda de unos PONeros y que les tenía que comprar un eregalo.  Al pasar por la recepción decide preguntar si por casualidad hay alguna Lantanique allí registrada.  El gerente no sabe ya qué hacer y tras dudar un momento se lo confirma, diciéndole incluso la habitación en la que se encuentra. No espera al ascensor y sube las escaleras con rapidez. Pero en la habitación 138 parece ser que no hay nadie.


Sabiendo que ella se aloja allí, vuelve a enviar un mensaje desde su localizador. 


Y apoyado en la pared la sigue esperando.




No hay comentarios:

Publicar un comentario